martes, 3 de mayo de 2011

Sin miedo y en paro.


Se celebra la muerte entre vítores y nacionalismos absurdos, carnaza como orgullo y asesinato como bandera, y el pescado a los mares. Mientras el paro alcanza cifras desorbitadas y se salen los ojos inyectados en fracaso y baja autoestima de los parados, inmovilizados todos por el miedo y culpándose de no prever lo que desconocían sin gritar a aquellos que manejaban sus vidas en términos de mercado y compraventa. 

Algunos lloran y otros desgastan su energía en el circo televisivo, bien sobre el campo o el ridículo subvencionado públicamente de otras vidas, escapan. Mientras se vuelven a los jóvenes, no
sotros, educados en el nihilismo y la falta de acción, diciéndole al cojo que corra sin enseñarle a correr.
Reaccionar. Y nosotros, sin conocer la unión reaccionamos, con el precedente avalado desde los medios de comunicación, de hacer un esfuerzo vano, absurdo, aunque mediático, y tachándonos ya de la generación sin valores. Pero somos la generación sin futuro aprendiendo de nuevo los valores que olvidaron enseñarnos narcotizados en el estado del bienestar. 

Estamos aprendiendo a ver la fuerza, y a no escuchar el absurdo del movimiento conjunto, diagnosticado ya de antemano, y aprendiendo que las cosas pueden cambiarse, algo que, desde que nacimos, nos dijeron imposible.
Crean una universidad basada en la empresa, y una educación para la mercadotecnia, y cuando estos caen, la empresa, el mercado, el empleo, esperan que surjan las herramientas que no han querido financiar, que reaccionemos movidos por unos impulsos que no ha interesado enseñar.
Y paralizados por el exceso de lo superficial y la falta de conocimiento para la vida, nos quedan las palabras para entre todos cambiar lo que se ha concebido como una generación sin valores, siendo precisamente esa nada la que ahora nos une y nos deja avanzar sin miedo, sin el miedo de quienes nos instan o avergüenzan de nuestra falta de movilización, del miedo de los que aun tienen algo que perder. 

Pero cuando ya no puedes perder, cuando aun no has tenido la oportunidad de ganar, con la culpabilidad de errores cometidos desde sectores minoritarios, avanzas. Con las estadísticas a tus hombros, culpable de encontrarte en la edad y en paro, culpable de ser joven, culpables de no tener ánimo para reclamar.
Pero bien, reaccionemos, sin simplificar, mientras que el desanimo y la baja autoestima se refleja en quienes nos rodean, con ello reaccionemos, sustituyamos la negativa, el absurdo de celebrar la muerte como la vida, de comercializar con datos, personas y angustias.
Olvidemos la preocupación, no hay de qué preocuparse, no hay nada que perder. Sin futuro, sin trabajo, sin casa, pero juntos, volviendo a usar la palabra, a escuchar, reflexionar, y apagar el  televisor, a olvidar que es fiesta o puente, o llueve o nieva, o hace demasiado calor, y salir, en conjunto a reclamar la oportunidad de cambio, desde arriba, sin reproches, hacia adelante. 

Cambiar la sociedad, la economía, el mercado, devolvérsela a las personas, al pensamiento, a lo razonable.
Entender la mesura, la medida, y la necesidad desde uno y no desde la publicidad. Y por dios,  dejar el ojo por ojo y diente por diente, y encontrar el sentido común para devolverlo a su origen, y que vuelva a existir, pero no desde una fe repetitiva, no volviéndonos ecos de otros, sino con voz propia, reflexiva. 

Dejemos de ser masa, paremos de volvernos figuras manipulables, moldeables, recortadas. Que se ajustan.
Y evitemos que los derechos, que los valores que posibilitan una evolución, la educación, ser consecuentes, el arte, los libros  sean solo objetos turísticos, de entretenimiento o de ferias. Liberemos los objetos para formar una cultura, sin que esta sea gestionada, sino exprimida, compartida, amada. 

Saludemos al vecino, ayudemos a la señora del cuarto a subir las bolsas, y si nos cruzamos con otros regalemos sonrisas, gratis, fuertes, sinceras. 

Demos un paseo por el parque, aprendamos los nombres de los árboles, hablemos con los abuelos, miremos a los críos. 

Compartimos vidas, somos. Por qué castigarnos. Castiguemos con la indiferencia y el desprecio a los que han gestionado sin mirar a los ojos vidas y años, hipotecadas las ilusiones y los deseos. 

Seamos conscientes de que han jugado con los valores principales que sustentan una sociedad, nos han hecho participes de un juego donde se apostaba con el techo, el vestido, la sanidad y la educación. Y veamos donde está lo realmente importante. Que la crisis genere el recordar lo olvidado, y olvidar las necesidades absurdas con la que nos duermen, y comparan.

El triunfo personal es despertar y verte cerca de otros, de querer y dejarse querer, de reír con los amigos. Y para eso, con un banco y una cerveza no hay necesidad de más. Perdonen, sin cerveza, que es ilegal.
En una ventana de un bar bebe el no fumador hablando en la ventana con su amigo, que si fuma, pero no bebe. 

Él sigue siendo él y quiere una cerveza. Ella sigue siendo ella, y quiere un cigarrillo. Y el muro, a generar impuestos absurdos.  Mientras, el atasco eleva la contaminación. Salud.

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